Crónica de un robo simple sin violencia

http://www.balun-canan.com/Por: Manuel Villegas
* Pellizcando el peligro
* Así que traté de estar sereno, moreno, y me hice hacia la pared, hacia una mesita donde se sirven los clientes se sirven el café y pellizcan las galletas.
TIJUANA, B. C. (SBC).-Aquel hombre daba vueltas como buscando acomodo en un rincón. Lo observé de reojo mientras ojeaba unas revistas, y cuando encontré el diario que buscaba me olvidé de su presencia.
Lunes 14 de mayo de 2012. 20:06 horas. Me acerqué a la caja con el diario bajo el brazo, y mientras buscaba las monedas para pagar vi a una empleada que observaba a aquel desconocido desde una puerta en ese minimercado del bulevar Insurgentes, un comercio cuyo nombre son dos números impares cuya suma en inglés es “eigthteen”, junto a dos estaciones de gasolina que dan salida a la Vía Rápida Oriente.
- Ya te vi, ya te vi – dijo la mujer que vigilaba, una morena joven, menudita, quien avanzaba decidida por el pasillo hacia la puerta. No entendía lo que pasaba, distraído en pagar el diario impreso, hasta que vi que la empleada se quedó parada ante la puerta de vidrio, con unas llaves en la mano.
Se dirigía el hombre que daba vueltas, quien era evidente que entró a robar en ese negocio frente al Cristo de Los Álamos, y que acababa de ser descubierto.
Era un joven delgado, moreno y de rostro golpeado, quien vestía sudadera gris arremangada de los brazos, con pantalones cortos blancos, tenis sin calcetines y una gorra negra con la visera hacia atrás en la que estaban impresos los números 8 y 7 al frente; en la mano derecha traía una caja, quizá lo que había hurtado.
- No me perjudiques, ya me voy, no los llames –dijo el sospechoso, mientras la mujer respondió: “Te vas madres”, y ordenaba a la cajera, otra jovencita un poco más alta y blanca, que llamara al número de emergencias.
Ésta me dio de prisa el cambio del periódico y atendió las indicaciones de su compañera, quien según mis cálculos es la responsable del changarro y quien para entonces ya había cerrado la puerta de vidrio con candado.
- Señor, ¿Se quiere salir?... La empleada reparó en mi presencia, pero ya era un poco tarde para pensar en irme.
- Pues estoy aquí, ya ni modo, no las dejaré solas –respondí. Y no sé por qué dije eso, bien pudo ser: “Pues ya me encerraste, ya qué”, o algo menos decoroso. Pero quizá, como dicen, “ya me tocaba”.


Pellizcando el peligro
Así que traté de estar sereno, moreno, y me hice hacia la pared, hacia una mesita donde se sirven los clientes se sirven el café y pellizcan las galletas. Entendí que en ese momento yo pellizcaba al peligro, así que con la vista busqué cosas pesadas y calculaba qué podría utilizar en caso de que las cosas se pusieran aún más pesadas, por si fuera necesario defender el territorio. Había latas y frascos de vidrio que podrían ser buenos proyectiles, pensé casi de forma automática, lo que me tranquilizó un poco.
20:10 horas. Un hombre tocó la puerta y la empleada le dijo abriendo por la ventanilla corrediza que volviera más tarde, sin más explicación. Vi que el cliente se alejó pero se quedó a observar lo que ocurría, curioso, desde los enormes ventanales de cristal.
Ya vienen las patrullas, a juzgar por lo que decían las empleadas, quienes no llamaron al 066 sino a otra numeración que sólo ellas conocen; mientras el hombre iba y venía de un lado de la tienda al otro, se acercaba y se alejaba de la puerta mientras trataba de no perderle de vista las manos. No vaya a ser la de malas.
- No te muevas, no te muevas. No supliques, no me llores… -decía la bravía mujer al sospechoso del vaivén, mientras yo seguía atento a sus manos y demás movimientos.
De repente el tipo reparó en mí y noté cierta angustia en su rostro. “Yo no quería”, me dijo, como si explicarme le resolviera en algo su problema. “La regaste, compita… quédate tranquilo y será menos la bronca, aguanta vara y no la riegues más”, recuerdo que le dije, tratando de mantenerme tranquilo, pero lejos suyo.


"Nos asaltan y no estás"
20:13 horas. Llegaron dos patrullas, una tras otra, “quemando llanta”, y respiré aliviado. Un oficial fornido, pelón, entra y me ve; lo mismo hace una mujer policía, con cara de pocos amigos, pero la trabajadora señala hacia el de los pantalones cortos y hacia él avanzan los agentes.
Ni siquiera fue necesario siquiera someterlo, ya que éste solo agachó el cuerpo y puso sus manos hacia atrás, mientras lo esposaban, acción que demostraba que ya estaba acostumbrado a estas llamadas de atención.
- ¿Cómo quieres que te firme el reporte si nos asaltan y no estás? -decía una trabajadora, la más bragada, a uno de los oficiales presentes.
- Vi que se hacía el menso. Desde que entró andaba en los pasillos al fondo y evitaba voltear hacia la cámara. Por eso le cuidaba las manos. Por eso lo vi cuando tomó la mercancía…- explicaba la mujer a los uniformados; -y fue como lo vi cuando escondió el chocolate… - concluyó la trabajadora.
“¿Un chocolate?. ¿Por algo tan simple fue todo esto?”, pensaba mientras salía con el periódico en el brazo. Bueno, al menos me quedará la crónica de un robo simple sin violencia, me dije.
20:18 horas. Pasé junto al detenido, quien era subido a la parte trasera de la patrulla P-4927, donde ya habría algunos cinco infractores como él, y mientras me alejaba vi al hombre que daba vueltas como buscando acomodo en un rincón.