Ana Laura Bojórquez Almazán
Hay pocas vivencias no prometidas, no anunciadas. La geografía escarpada de Molango (en el estado de Hidalgo) a orillas de la autopista, pero en pendiente pronunciada y descendente, es lo primero que espero, y esta ahí.
Antes de ir a Molando; y dado el carácter de fuga sentimental que éste iba a tener, recorrí varias librerías en busca de un título como: “Como seguir al lado del hombre que ama, pasando por alto sus defectos.” con otras palabras, claro. Nada se acerco tantito a esa dicotomía. Bien eran valientes tratados de autodominio (para el truene); o mantras de amor que podían provocar la tan temida llamada quebranta orgullo. Así que para no arriesgar ni mi esperanza ni mi ego, abandone la idea de llevar un libro que diese luz a mis dudas sentimentales.
Dios en cambio le da importancia a pequeños caprichos, y un día antes de salir, un par de amigas me obsequiaron un libro del Mario Benedetti, uruguayo entrañable. Ya resguardada en una de las pocas posadas del pueblo ojee el libro y un extracto de uno de sus poemas se lee:
“Solo con ese gajo de corazón
Que no traiciona
Que lava sus hechizos
En la sangre fiable que sin pausa bombea
Se puede sobrevivir en el vacío
mientras se aprende a respirar.”
Ese era mi libro de viaje, y con ese gajo de corazón, y un rico atole de nuez, por la mañana emprendí el camino del pueblo al lago prometido. Después de conocer el resto de pueblo (siempre en pendiente pronunciada) la densidad de las construcciones empezaron a ceder paso a más vegetación, y por momentos la escarpada bajada descubría cachitos de lago que disfrute con gran saciedad.
Por fortuna el conductor me evito una larga caminata por mi desconocimiento. ¿A donde va? Algunos gramos de ingenuidad que aun fluyen en mí preguntaban: ¿Alguien quisiera ir a otro sitio que no fuese el lago? Me hicieron balbucear “no soy de aquí, me dijeron que en el lago hay restaurancitos..” -baje aquí.
Como turista ansiosa, a unos pasos decidí la primera foto, por si después no paso por este ángulo o no hay la misma luz, bla bla. A cada paso la belleza y perfección me parecieron más inverosímiles. Sentía estar invadiendo una locación de cine costosa. Me preguntaba ¿por que se cree que estos lugares ya no existen?. Por que se da por hecho que solo una gran inmobiliaria o constructora pudiera diseñar el destino idóneo a mis anhelos de viajera.
Lo simple de su muelle, única estructura humana cercana a sus orillas. Un segundo camino oculto a 10 mts del principal, ambos de terracería llana rodeando la circunferencia del lago. Las dos isletas centrales revelándome uno de los árboles más grandes y frondosos que se pueden apreciar. Una paleta extensa de verdes que mi ojo aun es capaz de distinguir fueron mas de lo que esperaba.
Lo que hay por describir compite a palmo por una serie de carencias mas que afortunadas: contadísimas casas a su alrededor (y, ¡oh bendición!, en una sola de las caras de las colinas que lo rodean. La inexistencia visual de Molango, el pueblo. La ausencia de letreros, señalamientos, restricciones, tiendas, puestos, remeros, y todo aquella “industria turística” fue una autentica bendición. Las dudas se desvanecieron ante el centellante mar de estelas matutinas del verde lago.
Decidí almorzar en el segundo de dos restaurancitos al lado del muelle. Es por de más decir que esas ausencias palpables para alguien acostumbrado a tolerar toda clase de excesos, tienen correspondencia con el trato y el menú de la carta. Solo cinco platillos y uno (cecina) que no había, quedaban cuatro. Mi bien educada indecisión se mostró por dos platillos con camarones “Al mojo de ajo” el favorito de mi amorcito, y un cerveza ¿Por qué no? no iba a manejar, ni a besar, ni a morirme por una cerveza.
La distancia, la soledad, la geografía desconocida son los elementos invocativos para la catarsis
Los flujos retenidos y la verdades contenidas fluían simplemente.
El resto del día fue exquisito sentada bajo espesa sombra a una altura de estadio, pude terminar de extasiarme de ese lago que mi inconciente informativo me susurraba: va a morir pronto este portento (por la política desastrosa de protección al medio, por intereses personales, y por toda esa basura humana que protege todo menos lo importante). Y querer ignorar esa voz. Déjame disfrutarlo únicamente por este momento era la suplica callada de mis sentidos que ya empezaban a descansar de tanto falso estimulo. El resto del libro fue madurando con la tarde y la claridez enseguecedora de su reflejo maduró a un verde esmeralda, verde pino y sepia serio a mitad de la tarde.
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