* Por Fernanda López
Semanario Balún Canán/ TIJUANA, B. C., (SBC).- En abril de 2021 el diario mexicano El economista publicó una noticia titulada “La violencia está romanizada en la educación artística”.
Desde el maltrato psicológico, gordofobia, hostilidad, abuso de poder, entre otras cosas es lo que se vive en el interior de estas escuelas que como principal valor deberían tener el derecho a un sano desarrollo cognitivo y físico. En el caso de la nota antes mencionada las acusaciones giran en torno a la Academia de la
Danza Mexicana (ADM), sin embargo, las recriminaciones no acaban ahí, en mayo del mismo año el foco rojo apuntó a la escuela estatal de Berlín donde tras investigaciones se dieron a conocer ataques verbales, humillaciones y hasta golpizas a alumnos. Caso que hasta el momento no ha tenido consecuencia legal alguna.
Aprovecho el espacio ahora, para hablar de cómo estas actitudes no solo se ven reflejadas en los salones de clase; sino también en la ficción, como lo son las series o películas que buscan retratar´ la idílica vida de una bailarina de ballet. Quién no recuerda el infame film del Cisne negro (2010), equivalente ahora en el 2022 a la muy comentada película de netflix Las niñas de cristal.
Aunque si bien es cierto que el debate se ha abierto más que nada entre el ambiente dancístico, las razones son suficientes para compartir una reflexión acerca de este fenómeno que creamos o no, sustenta el imaginario de un romántico cuerpo esbelto, así como la creencia de que el éxito en tan corta carrera solo se alcanza a través del sufrimiento y sacrificio.
El murmullo del suicidio acompaña la trama de ambas historias que se dedican a embellecer el camino de constante exigenca y presion a la que son sometidas por el hecho de cumplir un sueño: ser escogidas como primeras bailarinas. En el caso del Cisne negro (2010) protagonizando el Lago de los cisnes, y en la ya mencionada película estrenada por netflix que lleva a escena el ballet clásico de Giselle.
“El arte debe ser una obsesión. Si no, no es arte: es entretenimiento”, dice la directora de la academia de la cinta. Frase que aunque parezca ficción es un discurso inherente a la cultura de la danza, el ya conocido “si no duele, no sirve” o “sufre la danza”.
La toxicidad cotidiana en los salones es inaudita, comentarios inofensivos como “ve bajando de peso”, “así nadie la va a querer cargar” o “dile a tu compañero que le vaya bajando”, hacen sentir a los bailarines culpables por lo que comen, por lo que son.
Dejemos de romantizar la violencia en cualquiera de sus índoles y busquemos un arte sin ataduras, una danza libre de prejuicios.
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