jueves, 31 de julio de 2014

VALIENDO COCHI EN EL GATO BRONCO


*  05:51 horas de hoy jueves. Ya valió cochi. Desde lejos veo cerrado parcialmente el bulevar Manuel Clouthier a la altura de una plaza
comercial.
TIJUANA, B. C. (SBC).- Uno con prisa, pero, qué se le va a hacer, vivimos en una ciudad donde los retenes son caldo y sopa de todos los días. Ya estamos acostumbrados.
Me acerco y veo que no es retén. El tránsito fluye, las patrullas y un carro de bomberos, lentos pero avanzan, pero un camión no se mueve.
Es una "calafia". De la empresa Calfia del fallecido Goyo Barreto. Tiene las luces prendidas y no avanza porque está ladeada de costado
sobre el pavimento. Avanzó así por al menos diez metros, cargada de gente que al trabajo iba. Eran como treinta, dice un perito, quien
especifica que en el percance hubo 23 lesionados. Más tarde supe que fueron 19 personas y muchos salieron sólo con raspones, ninguno grave.
La unidad del transporte público es de las nuevecitas de paquete, Marco Polo el modelo y Mercedes Benz la marca. Tiene aún las llaves en
el encendido, carece de placas y con número económico 1219. Su capacidad es para 28 humanos sentados. Mas el conductor. Y todos se
fueron de narices y de espaldas contra el pavimento. Algunos salieron por su propio pie, la mayoría por la salida de
emergencia del techo, y se retiraron. Quizá les urgía irse a trabajar para no perder el bono. O a sus casas para no perder la costumbre.
Del conductor nada supe, pero bomberos y peritos coincidieron en que "manejaba como demonio". Por eso chocó contra una base en forma de
triangulo, de concreto, que le sirvió como "rampa" para proyectarse y volcar de costado su unidad de trabajo.
Ver el interior de un camión volteado, con padecería de las ventanas de cristal que caen aún y un fuerte olor a combustible en el aire,
impresiona. En los vidrios aún hay sangre. Monedas entre el diésel derramado. Papeles y chucherías personales quedan entre los destrozos,
intocables por quienes allí están trabajando. Llega el operador de una grúa y a todos manda alejarse para hacer su
labor. Ata una gruesa cadena a la parte baja -ahora vertical- de la calafia, y jalan para desvoltearla. El camión se pone en cuatro ruedas
de un tirón y con estruendo. Al galope, seis "tragahumo" se apresuran con sus palas y escobas a echar arena y tierra en el combustible
derramado.
El hombre de la grúa, por cierto de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), se trepa al 1219 y camina por el pasillo.
Revisa los 28 asientos humanos. También el del conductor. Observa puertas y ventanas, y se aleja para tomar notas.
Mientras, el equipo bomberil abajo retira pedazos y vidrios, un metichón recoge algunas monedas y una torta de jamón dentro de una
bolsa de plástico. Creí que se la comería, pero sólo la dejó en la banqueta.
Minutos después, pasadas de las seis y media, el tránsito fluye ahora en dirección a Otay. Las patrullas y carros de bomberos están por
retirarse, y el camión de esta historia se mueve al ritmo de la grúa que lo arrastrará más allá del bulevar Clouthier, más conocido con el
apodo de "Gato Bronco".
Un mirón me dice que, quizá, el chofer "venía durmiendo o venía con una chamaca". Y agrega, aunque está consciente que ni es perito ni
policía, que sólo así puede explicarse cómo la unidad se ladeó y arrastró más de diez metros volcado hacia su cara izquierda. No es una
versión tan jalada de los cabellos, pero esperemos el peritaje, mejor. Hay calafieros que no entienden, pues. Como el de esta calafia que
valió cochi en el Gato Bronco. Ni cómo ayudarlos.

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