viernes, 4 de mayo de 2012
El ciego, el poeta y el sublime oficio de mi abuelo
http://www.balun-canan.com/
* Albañil, constructor de catedrales, escritor a un ojo porque el otro me lo acaban de operar
TIJUANA, B. C. (SBC).-De niño me gustaba ir al taller de mi abuelo, iba aunque me regañaran y ningún jalón de orejas me quitaba la fascinación que sentía al ver los hornos y sus magias, unos hornos pequeños como para cocinar, pero no menos creativos ni menos fascinantes. Me gustaba ir al taller porque podía tocar la textura del calor, en ocasiones rasposo y en otras liso como si le cambiara el carácter, era un completo universo donde podía ver cómo salía el vidrio al rojo vivo, y entre el ojo del vigilante y del que cuidaba la puerta, entre la curiosidad del siempre niño, ahí a escondidas aprendía el oficio, el cómo le daban forma a la varilla serpenteante, roja y viva, al rayo de sol entre las manos del artesano y luego con el aliento de hombre, un aliento parecido al divino, entonces comenzaba a nacer una botella, las jarras, los vasos, jarrones, floreros, una estrella, otro sol tan caliente como el horno de donde había salido y tan refulgente como el astro rey, ahí en el taller, entre las manos de obreros y bajo la dirección de los maestros, también ahí nacían catedrales y otras figuras, entre ellas unas bases de cristal verdoso y en forma parecida a los ceniceros, se las ponían en las patas a las viejas televisiones de bulbos, a los tocadiscos de acetatos, pero el taller era creación divina y mucho más porque otros obreros sentados frente al soplete, ellos hacían coronas para reinas, para quinceañeras, para novias que llegaban al altar con su diadema de cristal forjado ante el fuego y ya fría iba como diamante a la frente, con su alma de fuego atrapada en lo más transparente, en lo más puro de las ilusiones, lista a liberarse en el calor, ante el conjuro y por el conjuro.
El taller de mi abuelo me causaba sentimientos creativos y ningún regaño me hizo desistir para dejar de acudir, porque la ilusión y la magia creativa siempre estuvo presente, la veo y la veía al rojo vivo, podía oler el espíritu creativo para describir el universo que cada quien tiene, lo puedo seguir oliendo y describiendo, pero mi abuelo a fuego y yo a tinta. Mi abuelo se quedó ciego como los poetas, como los que ven a la Diosa Atenea y ante la santa patrona de la luz, la belleza, la justicia y la verdad, ante su gran luz, irremediablemente, se quedan ciegos. Después nacen las catedrales, las ciudades, Atenas para honrar a Atenea.
Es una tradición entre los poetas quedarse ciego. Homero, el poeta, se quedó ciego porque vio la luz y la belleza, la justicia y la verdad, el poeta Jorge Luis Borges también se quedó ciego, como James Joyce, Demócrito se arrancó los ojos, John Milton se acabó el poder de la mirada, en manos de Paul Groussac se extinguió el tamaño que todos tenemos para ver y que nos debe durar toda la vida, a Joâo Cabral de Melo Neto y a Tamiris les pasó lo mismo, a ellos les duró poco tiempo pero mucho de justicia, de verdad, de belleza, de luz, aunque todos ellos vieron a la diosa Atenea, ya en el horno, ya en el cielo, o de la forma más profana, como escribió Octavio Paz en unos renglones tuertos:
boca del horno donde se hacen las ostias,sonrientes labios, entreabiertos y atroces, nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
Puedo evocar el taller y los pasos firmes de mi abuelo, caminando ciego entre los fogones, se parece a Homero cuando era joven, como si hubiera nacido con la semilla de la duda, y luego con los obreros a deletrear, a sacar más lumbre, con el marro, con el cincel, con las palabras, con el poeta Pablo Neruda, con el maestro Alfonso Reyes que en aquel tiempo, en el entonces de mi abuelo, ya se reunía con Paul Groussac y ya le estaba enseñando a Jorge Luis Borges a cómo escribir y cómo utilizar el compás. En el taller se evocaba a Enrique González Martínez y el abuelo nos hace saber, con cierta añoranza, de los tiempos republicanos en España, de Manuel Azaña, y mi abuelo ciego pero no mudo, dice que en Portugal hay otro poeta y se refiere a Fernando Pessoa, huérfano de padre e hijo de la viuda. Así pasaron los años y se fue el abuelo, después tuvimos un taller literario y cuando me inicié en los ritos que todo hombre tiene, entonces fui a una lectura en idioma braille para ciegos, en penumbras ella me leyó y yo la leí… Henry Miller en Trópico de Cáncer le atribuye un decir a Milton, al ciego, al poeta: «I love everything that flows». Entonces me detuve, sentí molestia en los ojos, nunca me pasa, hay un reclamo de mi cuerpo: pide descansar, descansar y descansar.
¿En qué es diferente el Brooklyn con otros barrios populares? ¿En qué? ¿En qué es diferente la condición humana? Me refiero a otros lugares del mundo, pero… también me refiero a las diferencias conceptuales, a la diferencia que existe en la tragedia y el placer, a las diferencias que se presentan en toda la humanidad. Tal vez no son diferentes en nada porque son las mismas historias de hombre y mujer, convertidas en tiempo distinto, toda la física y geometría de la humanidad. Y si el hombre y la mujer fueran líneas paralelas o si el universo fuera curvo por gravedad o por capricho del arquitecto, entonces el resultado es el hijo, la hija y toda la historia y toda la humanidad. Así es el sublime oficio de mi abuelo, del ciego y del poeta, de los constructores de catedrales.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios